Al nacer sólo somos conscientes de nosotros mismos, somos el
universo. Sólo percibimos nuestras necesidades básicas y, si éstas
están satisfechas, estamos contentos. A medida que nuestra
conciencia se va desarrollando, descubrimos el mundo exterior. Nos
damos cuenta de que hay personas, lugares y cosas alrededor y que
éstos llenan nuestras necesidades. En ese momento empezamos a
reconocer diferencias y a desarrollar preferencias. Aprendemos a
desear y a escoger. Somos el centro de un universo que crece y
esperamos que se nos dé lo que necesitamos y deseamos. La fuente de
nuestra satisfacción va de las necesidades básicas, milagrosamente
resueltas, a la satisfacción de nuestros deseos.
La mayoría de los niños, a través de su experiencia durante
cierto tiempo, se dan cuenta de que el mundo exterior no puede
satisfacer todos sus deseos y necesidades. Comienzan a conseguir con
su propio esfuerzo aquello que antes se les daba. A medida que su
dependencia de la gente, los lugares y las cosas disminuye, empiezan
a recurrir a sí mismos. Se hacen más autosuficientes y aprenden que
la alegría y la felicidad provienen de dentro. La mayoría continúa
madurando; reconoce y acepta sus fuerzas, sus debilidades y
limitaciones. En algún momento suele buscar la ayuda de un poder
superior a ellos, que les dé lo que no pueden conseguir solos. Para
la mayoría de las personas, crecer es un proceso natural.
Los adictos, sin embargo, parece que dudamos a lo largo del
camino, que nunca dejamos atrás el egocentrismo de la niñez ni
hallamos la autosuficiencia que otros alcanzan. Continuamos
dependiendo del mundo que nos rodea y nos negamos a aceptar que no se
nos dará todo. Nos obsesionamos con nosotros mismos; los deseos y
necesidades se convierten en exigencias. Llegamos a un punto en el
cual resulta imposible el bienestar y la satisfacción. La gente, los
lugares y las cosas no pueden llenar el vacío que tenemos dentro y
reaccionamos contra ellos con resentimiento, ira y miedo.
El resentimiento, la ira y el miedo forman el «triángulo de la
autoobsesión». Todos los defectos de nuestro carácter son
manifestaciones de estas tres reacciones. La obsesión con nosotros
mismos es el centro de nuestra locura.
El resentimiento es el modo en que la mayoría de nosotros
reaccionamos contra el pasado. Consiste en revivir una y otra vez en
nuestra mente las experiencias del pasado. La ira es la forma en que
afrontamos el presente.
Reaccionamos así contra la realidad y la
negamos. Miedo es lo que sentimos cuando pensamos en el futuro. Es
nuestra respuesta a lo desconocido; lo contrario a una ilusión.
Estos tres elementos son manifestaciones de nuestra autoobsesión. De
esta forma reaccionamos cuando la gente, los lugares y las cosas (el
pasado, el presente y el futuro) no están a la altura de nuestras
exigencias.
En el deseo de dejar de consumir se nos da una nueva forma de
vivir y un conjunto de herramientas nuevas, experiencias que
practicamos lo mejor que podemos. Si nos mantenemos limpios y
aprendemos a usar estos principios en todos los aspectos de nuestra
vida, ocurre un milagro. Nos libramos de las drogas, de la adicción
a ellas y de la obsesión con nosotros mismos. El resentimiento es
reemplazado por la aceptación, la ira por el amor y el miedo por la
fe.
Tenemos una enfermedad que al final nos obliga a buscar ayuda.
Somos afortunados de que se nos dé una alternativa, una última
oportunidad. Debemos romper el «triángulo de la autoobsesión»,
debemos crecer o morir.
Compartamos
- ¿Crees que tu vida se la pasa inmersa en ese triángulo de la autoobsesión?
- ¿Te la pasas culpandote por lo que no hiciste, dejaste de hacer o te hicieron en el pasado?Compartamos
- ¿Crees que tu vida se la pasa inmersa en ese triángulo de la autoobsesión?
- ¿El miedo al que pasará mañana te mantiene paralizado hoy?
- ¿No resistes los acontecimientos que ocurren hoy y deseas cambiarlos cueste lo que te cueste?